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Testimonios: mi noche con Robyn Hitchcock, una experiencia psicodélica, borrosa e imborrable

28/11/2011
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Hace poco más de dos años, concretamente el 25 de octubre de 2008, el intérprete inglés Robyn Hitchcock ofreció un concierto en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) en el marco del festival Kosmopolis. El recital, repleto de guiños al pasado (que es lo único que tienen algunas personas cuando llegan a cierta edad), se desarrolló sin ningún contratiempo destacable. Hitchcock, únicamente acompañado por una guitarra acústica, repasó algunos de los más emblemáticos hits de su dilatada carrera, salpicados en algunas ocasiones por algunas de sus nuevas creaciones.

Una vez hubo finalizado el concierto, el intérprete londinense quiso salir por la Ciudad Condal a refrescarse el gaznate con destilados varios, cosa habitual en personas de vida disoluta como los artistas, los políticos, los futbolistas y las divorciadas.

Resulta que la persona que le contrató es amigo mío y me comentó si quería ir a tomar algo con ellos. “Claro”, contesté, aunque personalmente me importan un carajo los artistas fuera del ámbito en el que me son familiares, es decir, sus discos (de vinilo) y (algunos de sus) conciertos. El resto, como diría Alex Ross, es (puro) ruido.

Pues bien, el lugar en el que nos citamos fue una cocktelería de la capital catalana llamada Milano, frecuentada por wannabes de distinto pelaje, estrellas, estrellitas y estrellados y algún que otro plumilla con delirios de grandeza.

El tiempo también pasa para el señor Hitchcock.

Una vez dentro del local tomamos asiento en una de las pocas mesas libres que quedaban. Quizá es en este momento cuando debería mencionar que un servidor, a lo largo del recital del señor Hitchcock, no dejó de visitar el bar y de beber como si no existiera mañana. Es decir, llegué a la mencionada cocktelería con una melopea galopante de padre y muy señor mío. Ovación cerrada por parte del respetable ante mis intentos de comunicar algo con sentido. No pude hacer trampas y rebajar mi nivel de idiotez etílica con alguna visita fugaz al baño. La suerte estaba echada.

Axioma: la gente bebida tiende a la repetición. Una repetición que en un porcentaje muy elevado de las ocasiones es legalmente collejable. Al menos debería serlo. Obviamente, no soy una excepción.

Aquella noche sólo dos ideas cruzaron mi (enorme) cabeza, un par de pensamientos que, al parecer, olvidaba periódicamente al nanosegundo. A saber, el primero de ellos fue el inicio de la canción de Hitchcock ‘Nietzche’s way’, (“Los Angeles police/ They come in different flavors / And history refuses / To do them any favors”), un enorme tema que aparece en el álbum ‘A Star For Bram’ (Editions PAF!, 2000), disco que recopila outtakes y demás grabaciones de las sesiones para  ‘Jewels For Sophia’ (Warner Bros, 1999). Lamentablemente ambos únicamente están disponibles en CD.

Mi otra ‘idea’ aquella noche, la última antes de tomar las de Villadiego (mi momento más digno y respetable), fue recriminarle al señor Hitchcock que hubiera realizado el recital únicamente con su guitarra acústica “¿Por qué no has tocado con un grupo de acompañamiento?”, era la única pregunta que debí haberle hecho.

Pero no. In vino veritas y mil ginfizz después le estaba espetando vehementemente, con esa ingenua seguridad que da el alcohol, y en un idioma a medio camino entre el inglés y alguna lengua muerta, que su concierto me había parecido un coñazo, que estaba viejo, que se tiñera el pelo, que su única canción buena era ‘Nietzche’s way’ -la única de la que me acordaba yo, claro- y que me cagaba en la puta madre que parió a Syd Barrett, que suerte que me habían invitado al concierto que si no le meto la guitarra por el culo y toco ‘Nietzche’s way’ con ella, que cuánto le había pagado mi amigo y que le devolviera parte del dinero o que con él, al menos, me invitara a unos ginfizz más, que aquello era lo justo y entonces, al cabo de un buen rato, al ver la cara de terror y vergüenza extrema de los que estaban a mi vera, al comprobar que había creado un clima propicio para para un huracán de puñetazos y ver que la paciencia de todo el mundo, incluída la del señor Hitchcock, estaba a punto darse por finiquitada, solo entonces alguien que me quiere bien me sacó amablemente del oprobio.

Robyn Hitchcock no me pegó de milagro y es por ello que quiero compartir dos de sus mejores álbumes, que están en vinilo y a muy buen precio en Discogs. Por cierto, es la última vez que hablo de singers-songwritters: me hacen parecer más viejo de lo que soy.

I Often Dream Of Trains (Midnight Music, 1984)

Black Snake Diamond Röle (Armageddon Records, 1981)

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2 Comentarios

  1. Una reacción censurable pero no tan rara, realmente y sin escucharle, los títulos y las fotos de este señor dan mucha perecita. Los links a los discos están rotos pero no me importa.

    Sengi

  2. Qué curioso, fui yo quien montó este concierto y quien contrato al Sr Hichcock y me cuesta mucho acordarme de que las cosas fueran así. Al acabar el concierto, me lo llevé a cenar. El día anterior sí estuvo de parranda, pero controladísima. Debe ser la edad, pero no me suena que esto fuera así.

    JC

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