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20 años después: GRAUZONE «Esibær»

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El azar quiso que aquel niño risueño y gracioso que fascinaba con su simpatía a todos los porteros del barrio —¿qué habrá sido de ellos?—, que coleccionaba compulsivamente todos los fascículos (y hermosas diapositivas) de Jacques-Yves Cousteau, se convirtiera en un agrio y adusto adolescente de pálido semblante. Abandonaría definitivamente la niñez el día en que el hermano de un amigo le puso en casete el Just Like Heaven de The Cure. Aquel tema, que al principio le pareció aborrecible, tan alejado de las melodías seductoramente imbéciles de los recopilatorios Monstruo que atesoraba, iba a clausurar con un sonoro aldabonazo los años de algodonada niñez para arrastrarlo, con el pelo progresivamente empenachado (y con tendencia a la alopecia: todo se vendría abajo un día en que unos niños  malcriados, tras la verja de la escuela, corearon maliciosamente “Rappel, Rappel” y aquel aciago día decidió acabar con todo y raparse al cero, ¿1994?) por la senda de la rebeldía juvenil, en su versión gótico-siniestra.

Asistió, el todavía niño, profusamente crepado, maquillado y reverencialmente asustado, al concierto que The Cure dieron en 1989, en la gira del memorable Disintegration. Luego llegaron, de Londres, los botines de punta, camisas histriónicamente largas y otras bandas sonoras de voces guturales e imaginería romántica que ya no le abandonarían.  Aún hoy tiende al negro.
La puesta de largo oficial de aquel sempiterno adolescente de labios pintados de negro y pelo rabiosamente encrespado, fue la entrada en la extinta discoteca Toque BCN de la calle Aragón de Barcelona. Franquear el umbral de aquella puerta fue el inicio de una gloriosa juventud, o así la recuerda el niño, ahora un borracho y compulsivo coleccionista de discos… Creo que no he vuelto a disfrutar jamás de la música como en aquellos años. Un tipo con un sucio abrigo de cuero marrón (recuerdo que era de Mollet, población cercana a Barcelona que en mi vida he pisado, y en la que todavía pienso que todos sus habitantes visten como el astroso DJ), oculto tras una gafas negras, ponía música para un grupo de jóvenes de arrabal (y algún pijo, como nosotros) que trataban de capear el temporal de la adolescencia con espíritu carnavalesco. El infausto parnaso reunía en aquella discoteca, muy probablemente reciclada a partir de un club de salsa cuyo dueño no se había preocupado en redecorar, a delincuentes en ciernes (recuerdo especialmente a un tipo bajito ataviado con un sombrero andaluz que juraría que volví a ver, años después, en una noticia de sucesos por televisión), siniestros de capa y espada, émulos de Genesis P-Orridge, y algún desubicado macarra en busca, quizás, de lo que parecían emperifolladas putillas de carretera, o al menos eso parecían las jóvenes que allí se daban cita (y que, a nuestro pesar, resultaron ser poco o nada putas). Esto debió ocurrir  en 1990. No sé si duró uno o dos años. No más de dos. Ocurría, allí, algo que no he vuelto a experimentar en ninguna discoteca, no sé si tras un meditado proceso de concesión democrático por parte del DJ a los allí tan disparmente reunidos, o como resultado de un mash up imposible que recogía su ecléctico gusto; el hecho es que, a modo de micro-sesiones, el DJ iba, a lo largo de la tarde —porque todo esto sucedía por la tarde— pinchando al gusto de todos los ahí presentes: ahora para los siniestros —Bauhaus, Christian Death, X-Mal Deutschland, Sisters of Mercy, (el pogo que se armaba en Temple of Love era apoteósico)—, luego para los industriales —Coil, Nitzer Ebb, Cassandra Complex— y luego un interludio heavy, donde pinchaba One de Metallica para regocijo de mi amigo R. que perpetraba, totalmente solo en la pista y muy probablemente tras beberse su décimo combinado, una sesión de Air Guitar memorable. Así, iban entrando y saliendo las tribus urbanas allí reunidas. Y quizás por afán catártico, el de Mollet siempre lograba que todos los grupos, que se iban retirando respetuosamente para dar paso al siguiente para luego volver, se reunieran todos, a modo de finalefelliniano, para bailar juntos hacia el final de la tarde. El milagro que propiciaba tan improbable comunión era, indefectiblemente, Esibær, de Grauzone. Quizás porque era, y sigue siendo, un hit incontestable, uno de los más brillantes e imperecederos de los años 80 y que muy pocos después han podido superar.
 
Esibær, el oso polar, tema de letra estúpida donde las haya, podría haber conquistado al gran público con ese turbulento y lúbrico bajo a no ser por su desaliñada declamación punk y una guitarra distorsionada cuyosriffs se coronan con unos irritantes y algo paródicos compases de organillo de feria (el tema llegó a estar, sin embargo, en el puesto 6 y 12 de los charts austríaco y alemán de 1981, respectivamente). Muchos años después de aquellas inolvidables tardes, compré el 12” de Esibær —tras haberme hecho meses antes con el menos flamante 7”— en Funrecords, tienda en Internet regentada por Michael Mozdzan que ya operaba cuando Discogs todavía era el sueño húmedo de coleccionistas pre-edénicos. A Michael, que tenía la imperdonable manía de enganchar sobre todas las portadas de los discos que vendía una molesta e inarrancable pegatina sobre la portada, le compré el otro día el LP deMinema por la ridícula suma de 2 euros. Probablemente pensó, no sin razón, que más no se podía pedir por un disco español de mediados de los 90 de abyecta portada roja. A Michael, sin embargo, y a pesar de la pegatina y el molesto ring wear marca de la casa (lo que hace pensar que tiene demasiados discos y muy poco espacio en algún sucio búnker de Berlín) le debo mi magnífica copia del Esibær de Grauzone, que hoy ponemos a disposición aquí a partir de la grabación del disco de vinilo trasplantado a MP3 a través del maravilloso software Final Vinyl de mi ordenador.
Pero Grauzone no fueron un one-hit wonder, como pueda quizás pensarse. Sin ir más lejos, la cara B del maxi recoge dos temas nada deleznables: una oda synth-pop en la línea de Die Doraus und die MarinasIch Lieb Sie, que da paso a una sorpresa mayor, el oscuro Film 2, que con su obstinado ritmo marcial y esos chasquidos de lengua o restallidos acuáticos —no hay manera de saberlo— se adelanta en años al IDM.
La grabación de este artefacto tendría lugar en los Sunrise Studios, un antro de Kirchberg, Suiza, en 1981, nueve años antes de que un niño, todavía virgen, entrara una tarde de primavera por las puertas de una discoteca de la calle Aragón.

 

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2 Comentarios

  1. Borja, historias de estas de abuelo cebolleta cuenta las que quieras, en serbio.
    Que crema los grauzone, menudo rompepistas.
    Si te sobran discos y vendes por discogs podías poner tu user q seguro que muchos podemos comprar encantados tu excedente.
    Tb estaría bien un post sobre tu colección, si usas expedit o mueble a medida, ordenación, si tienes los 7″ en otra estantería, tu equipo, cuál es el que tienes más veces repetido, por cuál has pagado más dinero, etc
    Tb tengo curiosidad por saber cuales fueron los primeros conciertos a los q fuiste, si viste a JAMC en los 80’s o a MBV antes del comeback.
    Espero que tus hijos en un futuro sepan valorarte y no piensen que fuiste solo el teclista amanerado de meteosat.

    Un saludo y «cuéntanos más …»

    cucumber

  2. Pingback: Yo fui un cebolla adolescente. La siniestra aunque gloriosa juventud y una listaza de himnos goths.

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