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CONCHITA WURST: Una victoria por los motivos equivocados

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Pongámonos en situación antes de entrar en materia: Europa lleva años tomada por la derecha y no tenemos más que echar un vistazo a la configuración del Parlamento Europeo para darnos cuenta hasta qué punto conservadores y liberales son respaldados por el voto de los europeos. Si sumamos los escaños del Partido Popular Europeo (274; derecha y más allá) + los del Grupo Parlamentario de Liberales y Demócratas (83; derecha) + los del Grupo Parlamentario de los Conservadores Reformistas y Europeos (57; derecha antigua, euroescéptica), obtenemos un total de 414 escaños de 754 posibles. La mayoría simple está situada en 378 escaños (377 + 1), es decir: que en Europa gobierna la derecha y que su avance es tendencia imparable, con representación de la extrema derecha en gobiernos de países teóricamente tan asépticos y democráticos como Noruega, con el aumento del apoyo de Le Pen en Francia o la presencia cada vez más normalizada de esa pandilla de skinheads que responden al nombre de Amanecer Dorado en Grecia.

Acerquemos ahora nuestra lupa a Austria, el país de origen del nuevo ganador de Eurovisión: desde 2005, el Partido Liberal Austríaco (“Ostria”, según Carolina Casado de TVE, un caso del que deberíamos hablar en otro post), liderado por Heinz-Christian Strache (sustituto del peligroso Jörg Haider), se ha convertido en la segunda fuerza política del país, utilizando eslóganes tan poco sutiles como “Trabajo en vez de inmigración” o “Nosotros somos los auténticos representantes del pueblo, en vez de traidores de la UE”.

Además de todo esto, otro dato anecdótico que puede no serlo tanto: Adolf Hitler no era alemán, sino austriaco, de Braunau am Inn, una ciudad de más de 16.000 habitantes, a 60km al norte de Salzburgo.

Recapitulemos: tenemos, por un lado, a una masa ciudadana europea inclinada a la derecha, con unos hábitos de consumo que se renuevan con rapidez (los europeos que votan a la derecha no son amish precisamente) y con ganas de divertirse como los que más. Mientras, en la otra esquina –perdón por la licencia lingüística–, un hombre con barba y disfrazado de mujer que responde al nombre de Conchita Wurst [del alemán “salchicha” o “embutido”, que también tiene bastante guasa], que canta como un hombre pero se mueve como una mujer y que, probablemente sin saber cómo, se ha convertido (o se va a convertir en los próximos días) en el estandarte de la integración y la tolerancia homo/bi/transexual en toda Europa. Una cruzada tan loable como, en este caso, vacua: ¿Qué quedará cuando pase el efecto sorpresa? ¿Qué idea se instalará para siempre en la mente de los europeos y, por tanto, de los ciudadanos de Occidente, después de que un hombre vestido de mujer haya ganado un concurso musical?

Hace días, cuando empecé a leer noticias relacionadas con Eurovisión, más por el aumento del caudal informativo de éstas al acercarse la cita que por una decisión personal movida por la curiosidad, algunos medios presentaban a Conchita Wurst como “la mujer barbuda” así, entrecomillado, para amortiguar el efecto molesto que podría tener una afirmación semejante entre sus lectores. Alertado por los titulares y pensando en el posible advenimiento de una nueva forma de lucha de la mujer, más o menos a imagen y semejanza de las peleas que libraron en su día miembros de grupos como The Gossip o Le Tigre, pinché en uno de los links y entonces vino la decepción: aquello no era una mujer barbuda, sino un señor con barba, peinado, maquillado y vestido como una mujer. No es lo mismo presentar a Eurovisión a JD Samson, artista y activista política, miembro de Le Tigre y transexual en lucha por la aceptación de su estética o incluso a Peaches, con la carga política de sus letras y su intención de molestar en el terreno sexual, que a Conchita Wurst. Su lucha, desde aquí, parece sólo estética y, precisamente por eso, su victoria no puede ser considerada como la victoria de un movimiento antisistema o la de un nuevo sistema de valores. Es, simplemente, la victoria de un señor disfrazado de mujer, sin importar lo amanerado que pueda ser. Es una victoria que Europa ha desideologizado, precisamente, concediéndole el galardón de Eurovisión 2014.

Europa ha votado a Conchita Wurst por la broma. Porque, lógicamente, un hombre disfrazado de mujer que se mueve en el escenario sin rastro de parodia y que va completamente en serio es lo más chocante que ha visto este concurso en toda su historia. Y no hay nada más conservador, rancio y antediluviano que Eurovisión.

La derecha acostumbra a burlarse de la diferencia. Los poderosos juegan a este juego desde siempre y muchos de nosotros nos hemos visto envueltos en él: ¿Quién no ha sido testigo de cómo los más poderosos de la clase hacían creer que aceptaban al raro del grupo durante un período de tiempo limitado, sólo para reírse todavía más de él haciéndole creer que habían autorizado su pertenencia a la élite? Es una historia muy vieja. La derecha llama a los negros “morenos”, a los homosexuales “maricas” y a las mujeres que se salen de su línea de pensamiento “guarras” o “zorras”. La derecha utiliza su arsenal mediático para establecer un código moral y ético que lleva sin renovarse desde que Moisés encontró las tablas aquellas. En 2014, seguimos peleando por derechos tan fundamentales como el matrimonio homosexual o el aborto libre, mientras que, cada día que pasa, la derecha va comiendo terreno a causas que parecen dictadas por el sentido común. Sin embargo, uno enciende la televisión y lo que ve no se corresponde ni con la tendencia política de las empresas y grupos mediáticos propietarios de las cadenas: cada vez más programas son presentados o cuentan en su equipo con homosexuales de ambos sexos, bisexuales o transexuales; Falete triunfa donde va; Isabel Pantoja, Bárbara Rey o su hija se han acostado con más mujeres que Álvaro Muñoz Escassi. Y así va todo, precisamente, porque la derecha quiere que vaya así. Han conseguido inocular un movimiento ridiculizándolo y ayer, en Copenhague, vimos la última (y quizás más importante) manifestación de este hecho: permitir que un hombre con barba y vestido de mujer, totalmente metido en su papel de sufridor, amanerado, lloroso y épico, ganase un festival que tuvo una audiencia estimada de 180 millones de personas. La derecha ha vuelto a poner en marcha toda la maquinaria propagandística perfectamente engrasada para que los “morenos”, los “moros” (Conchita Wurst tiene unos rasgos de Oriente Medio incontestables), los “maricas” y las “zorras”, piensen que han ganado una pequeña batalla, encabezada sin querer por el/la representante austriaco/-a. Y lo peor de todo es que ese colectivo de emocionados europeos han decidido ver en ese hombre con barba que canta vestido de mujer la llave de la normalización sexual en el continente. De hecho, en las conexiones que hicieron ayer en TVE con un bar (de ambiente, imagino) de Alcorcón, se podía ver a los autodenominados “eurofans” de inconfundible estética bear, con banderas de Austria y España. Se lo habían tragado. Se han creído que aquí empieza algo y que ellos son los vencedores morales. Se sienten representados. Por si acaso, TVE les ayuda a sentirse así: «Europa apoya la diversidad con el triunfo de la mujer barbuda». EL PAÍS, tampoco se queda atrás: «La transgresión gana Eurovisión«. Más claro, el agua.

Qué pena y qué bien lo ha vuelto a hacer la derecha europea: no sólo se está riendo a carcajadas del pobre freak austriaco concediéndole un premio completamente inservible como el de Eurovisión, sino que, además, ha conseguido una reacción doble que desvirtúa y deslegitima a partes iguales el verdadero movimiento de lucha por los derechos de la gente que se sabe y se cree diferente: a) Han conseguido que el colectivo homosexual/bi/trans tengan un nuevo icono, aceptado por todos y, por tanto, nada peligroso; y b) Consiguieron crear un efecto bola de nieve en los países participantes, hasta el punto que, a partir de la mitad de las votaciones, todos los países votaban a Conchita, mitad por miedo a no ser considerados igual de modernos o transgresores que los que ya habían dado su voto al representante austriaco, mitad por miedo a quedar como rancios o incluso homófobos. Mientras, Conchita Wurst acumulaba votos y su cara de incredulidad reflejaba, en el fondo, la realidad del asunto: “No me pueden estar votando por mi canción, no puede ser, tiene que haber algo más”. Sí, Conchita: es que votar lo raro, también otorga al votante una condición especial y, cuando lo raro se convierte en tendencia, aunque sea momentáneamente, todo el mundo se apunta al carro. Es pura sociología.

Lo malo es que, mientras los países de la segunda mitad de las votaciones le otorgaban 12 puntos casi sin excepción a Conchita, en realidad lo que estban haciendo era alimentando el apetito destructivo y burlón de la derecha continental. Así, unos y otros, se convertían a la vez en piezas del mismo sistema, del mismo mainstream unificador de conciencias.

El único final de este cuento sin moraleja que me agradaría sería que Conchita Wurst lanzase mañana un comunicado diciendo que todo ha sido una broma, que él en realidad es un hombre con un plan maestro y que quería ver hasta dónde se podía llegar manteniendo su idea de colarse por algún hueco del sistema político y moral impuesto por una derecha anémica, anquilosada y granítica, utilizando el concurso de televisión más visto del año en Europa, ante los ojos de todos, líderes políticos y empresarios incluidos. Pero no lo va a hacer. Y no lo va a hacer porque él es, probablemente también sin saberlo y sin quererlo, una pieza fundamental de la que se alimenta el sistema: el payaso, el freak, el raro, el espectáculo.

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9 Comentarios

  1. blablabla

    conchito

  2. Le veo dos fallos solo. El orden de las votaciones se sabía desde antes de cerrar las votaciones, y estas se cerraron antes de emitirse, nadie votó influenciado por lo que votó el otro, Y lo otro que no mencionas esto: https://pbs.twimg.com/media/BQbNni3CcAAgmxQ.jpg

    Viejo

    • Gracias por el comentario. Una duda: si las votaciones ya estaban cerradas y decididas, ¿para qué hacen la votación del público? ¿Dónde va ese dinero recaudado? ¿Por qué parecía que hablaban en directo los presentadores con los portavoces de cada país?

      Pepo M.

  3. Menuda teoría conspiranoica chunga. Un apunte: JD Samson no es transexual. A ver quién tiene los prejuicios y dónde.

    Gamba

    • Tienes razón en lo de JD Samson, pero no en lo de los prejuicios (si acaso te refieres a mí). Al margen de que aquí cada uno puede tener la teoría que quiera.

      Pepo Márquez

  4. Totally agree.

    TVE con Mariló Montero, ahora mismo «El ganador, que diga, la ganadora…», «Austria ha ganado por los pelos»

    Dancing in the rain

    • Muy finos todos los comentarios. Madre mía.

      Pepo Márquez

  5. Hombre, no sé… entiendo lo que dices, pero no sólo de victorias «realmente trascendentes» viven las causas. ¿Se votó por la broma? Puede que bastantes sí, pero no necesariamente la norma tuvo que ser esa ni la motivación principal, como tampoco creo la tolerancia. Lo que sí me gustaría que explicases es la última frase, porque a lo mejor Conchita o Tom no sólo no tiene problema alguno en ser «el freak, el raro, el espectáculo» sino que fue algo totalmente intencionado, lo que en mi opinión no resta nada a su victoria (a la suya y sólo a la suya), y además no tiene nada de malo ser el freak, ni siquiera si van a usar tu imagen publica para restarle valor (lo van a hacer igualmente). No creo que sean tan bobo para pensar que algo vaya a cambiar con ello.

    Julio

  6. Buen análisis,. Justamente lo que identificas como una victoria de la derecha con la utilización de C.Wurst como un icono fallido es exactamente lo mismo a nivel político con los partidos supuestamente de extrema derecha como AD y otros. Los han infiltrado y financiado para una vez logrado un cierto apoyo popular poder desarticularlos más facilmente. Lo mismo para partidos supuestamente de ultraizquierda. Tanto unos como otros con muchas reivindicaciones legítimas pero que ponen en peligro al ‘monstruo’ de la UE y afines.

    Georg

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