Tatuaje rayo ESTA PASANDO

Introducción al Triste Diario de un Hipster.

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Esto es serio. Ha habido muchas risas con el post de hace unas semanas de la campaña de El Corte Inglés y tal, pero lo que nunca imaginábamos es que alguien se iba a poner en contacto con nosotros por este motivo. Alguien que está sufriendo en su propia piel la desgracia de ser hipster sin querer, sólo para ser admitido de forma positiva dentro de un grupo social determinado. Todo esto sería muy gracioso si la historia no fuera real. Quedamos con él en un barrio alejado de Malasaña, porque queríamos comprobar la veracidad de sus palabras. Queríamos ponerle cara y voz a la crónica del desconsuelo que nos llegó por correo electrónico. Y nos rompió el corazón. Por supuesto, le propusimos colaborar en la web de Está Pasando y a partir de hoy, por entregas intermitentes, tendremos el testimonio en primera persona de un chaval de provincias que ha caído en las fauces de lo hipster, pero que tampoco tiene más opción que permanecer ahí, hasta que la próxima nueva moda se lo lleve por delante. Para los incrédulos: tenemos su móvil, su correo electrónico y su dirección postal. El chaval no quiere que demos su nombre completo y hemos tenido que retocar un poco este primer texto porque, todo sea dicho, escribir no es su fuerte. Pero no se lo tengamos en cuenta y valoremos como se merece este documento, del que sin duda se seguirá hablando años después de ser escrito. Es la historia real de una vida donde la soledad, la incomprensión y la incultura, se abrazan en un solo cuerpo. Con todos vosotros, Séal.

DIARIO DE UN HIPSTER QUE LO INTENTA.

Una historia en primera persona.
Mi nombre es Séal, tengo 31 años y, aunque no nací aquí, vivo en esta ciudad desde que tenía 18. Vine a estudiar Farmacia pero lo dejé al año y medio de empezar porque no me motivaba. Conocí a alguna gente que me presentaron a otra gente y acabé haciendo dos años de Administración y Dirección de Empresas. También lo dejé. No lo sabía, pero mi mundo no era ese: demasiado estricto, demasiado cerrado, demasiado serio. Conocí a una chica que me utilizó todo lo que quiso, pero me mostró mi verdadero camino: el diseño gráfico. A ella le debo eso y mi barba. Y mi gorra. Bueno, y mi nombre. Porque mi nombre no es Séal. Mi nombre es José Alberto, pero ella lo odiaba con todas sus fuerzas. Al principio me chocó mucho que un nombre tan corriente pudiera resultar tan irritante para alguien, pero entendí que esas son las reglas de la gran ciudad. Ella, que de esto sabía mucho porque trabajaba en Publicidad, unió la última sílaba de José y la primera de Alberto y me puso Séal. Al principio me jodía un poco tener el mismo nombre que el cantante, pero se solucionó pronunciándolo tal y como suena: S-É-A-L. El otro es [Sil], en inglés. Desde que cambié esto, mi vida dio un estirón y se me abrieron puertas que hasta entonces permanecieron cerradas. Me convenció de que no podía ir por ahí llamándome José Alberto: no es vendible, no tiene punch. Y tenía razón. Además del nombre, la tía odiaba mi acento. Hasta ese momento yo no era consciente de que fuera tan distinto, pero ella me grabó unas cuantas veces en vídeo leyendo críticas de discos que sacaba del Rockdelux o el Go Magazine para demostrarme que había que intervenir urgentemente en mi forma de hablar. No diré de dónde soy, pero aquí en Madrid se hacen muchas coñas con el acento de mi ciudad. La gente lo imita mal y parecen todos retrasados cuando lo hacen, pero mi prioridad era que esa chica estuviera feliz a mi lado, así que el esfuerzo mereció la pena. Me costó, ya lo creo. Y me sigue costando. A veces, cuando estoy demasiado cansado como para pensar en todo esto, me salen dos o tres palabras en mi acento materno y mis amigos me lo recriminan. Me llaman “paleto” y me levantan la gorra para darme con la mano abierta detrás de la cabeza. Son mis amigos y son esas cosas que sólo le consientes a los amigos. Pero ya les vale. A veces cojo algún taxi por la noche y el taxista resulta ser de donde yo soy y me habla en mi acento y, si voy solo, me pongo a hablar como él y nos echamos unas buenas risas. Una vez uno me llegó a perdonar una carrera por esto. El tío se ablandó cuando me arranqué a cantar el himno de su pueblo, que es también el pueblo de mi madre. Ella nos lo enseñó a mis hermanos y a mí cuando éramos pequeños. Yo iba un poco borracho, pero dicen que los himnos cuando mejor se cantan es cuando uno va borracho. Lo clavé. Íbamos a toda hostia por la Castellana arriba y bajamos los dos las ventanillas para gritar la canción como si fuera la última cosa que íbamos a hacer en la vida. Fui feliz. Luego me dijo que si nos íbamos a la Casa de Campo a follarnos a unos travestis y ahí me acojoné. Me miró por el retrovisor y me dijo: “Anda, chaval, que era broma. Hoy al invito yo”. Me bajé del coche y le despedí moviendo la mano, en medio de la calle, hasta que le perdí de vista. No me he vuelto a montar en su taxi porque Madrid es gigante. Es muy difícil volver a montarse en el mismo taxi dos veces. Haced la prueba.

Así que en Madrid soy Séal, pero cada vez que vuelvo a casa a visitar a mis padres me convierto en José Alberto por unos días. Estoy acostumbrado, pero algún día me armaré de valor y les diré lo del nombre. Al fin y al cabo, vivimos en un país libre. Para los amigos del colegio soy El Jóseal. Cuando salgo con ellos por ahí, dicen que casi no me reconocen. Que si soy metrosexual o algo. No se enteran de nada, pero no les culpo: no han vivido en más sitios que en ese. Me acuerdo del día que les conté que era hipster. Tardaron más de una hora en pronunciarlo correctamente. Me pongo enfermo cuando se olvidan de pronunciar la p de hipster. Dicen [jister], y yo me pongo malo. Si no sabes decirlo, no lo digas. A veces me dan un poco de pena mis colegas, porque no pueden seguir mi ritmo. Cuando les dije que iba a estudiar Diseño Gráfico, El Rober y El Paco ni tan siquiera sabían qué era eso del Diseño Gráfico. Cuando se lo expliqué, El Rober me dijo: “Pero eso lo estudian los maricones, ¿no?”. Joder, casi nos morimos de la risa.

Trabajo en una empresa que se encarga de hacer envases para medicinas genéricas. La gente es maja, pero quiero cambiar. Quiero dar el salto. A veces miro webs de diseño de estudios en Brooklyn, Amberes o Berlín y se me caen las pelotas: eso sí que es diseñar. Yo ni tan siquiera puedo elegir el color del envase de ibuprofenos que estoy diseñando porque el color viene dado por la farmacéutica. A veces hay suerte, como cuando me dijeron de diseñar la pegatina de detrás de los goteros de colirio. La pegatina es pequeña, pero para mí supuso un paso adelante muy serio. El otro día entré en la farmacia de mi barrio (comparto piso con 3 personas más en Malasaña) y pedí un colirio, porque me dijeron que ya se había comercializado. Me dieron uno que no era el que había diseñado yo. Pedí específicamente el colirio en el que había puesto tanto esfuerzo, pero me dijeron que ellos no trabajaban con esa distribuidora. Me llevé un chasco, pagué el colirio que tenía la pegatina el triple de grande que la que había diseñado yo, y me fui a otra farmacia. Fui a una en Chueca. Tampoco lo tenían. Volví a pagar otro colirio y me fui a una farmacia al otro lado de Recoletos, detrás de la Biblioteca Nacional. Tampoco lo tenían. Y así hasta cinco farmacias distintas. En ninguna tenían el colirio que había diseñado yo. Muy fuerte. Volví a casa y les regalé un bote de colirio a cada uno de mis compañeros de piso. Fliparon un poco, pero no hicieron preguntas.

De mi casa al trabajo hay más de una hora en transporte público. Antes iba en bicicleta, pero como me compré una de esas de piñón fijo, freno a contrapedal y manillar diminuto, llegaba reventado a currar porque me costaba la vida avanzar cuatro calles. Con lo que yo he montado en bici de pequeño. Claro, que las bicis antes eran distintas (yo creo que mejores). Me acuerdo cuando me regalaron mi primera mountain bike por mi Confirmación. Una Marin preciosa, cromada, con manillar de cuernos y cambios Shimano XLR. A mis padres les tuvo que costar un riñón, porque antes no había ni Internet ni nada. Era la envidia de mis colegas. Un día me la robaron del trastero de casa. También se llevaron las sillas de playa, una colchoneta hinchable que teníamos para cuando venían mis primos a dormir y los palos de golf de mi hermano mayor, de cuando se puso de moda jugar al golf en el descampado de detrás de la casa del Felipe. Hace unos años lo levantaron todo para hacer una urbanización que se ha quedado a medio terminar porque dicen que el promotor se piró con el dinero. Yo qué sé, estas cosas que pasan en España. Unos colegas que se iban a casar y que iban a vivir en esa urbanización acabaron tan quemados que se acabaron separando y todo. Ahora ella tuvo una hija con otro colega. Así va esto.

Ahora mismo no tengo novia. Pero el otro día le metí muchas fichas a una amiga de un colega que está buenísima. Fuimos juntos a un concierto al Nasti de dos grupos de Barcelona que no me acuerdo de cómo se llamaban. Debo de tener el flyer por ahí. A mí es que los grupos que cantan en catalán, como no los entiendo, no sé si me molan, pero el sitio estaba lleno así que supongo que son buenos. El caso es que fuimos unos cuantos y estaba esta chica y nos pusimos a hablar y acabamos a las mil de la mañana en su casa, más puestos que un ciclista. Yo he estudiado un año y pico de Farmacia y controlo a saco de lo que me puedo meter y lo que no. Fue una mierda que se vinieran sus colegas porque me la habría hecho. Esta semana le he mandado un par de whattsapps pero no los ha debido de leer porque no me ha contestado, aunque aparece que sí los ha leído. Me dijeron que dependiendo del teléfono que tengas, eso pasaba. Yo qué sé. Nos volveremos a ver el próximo fin de semana.

Este sábado me voy a tatuar. Es mi tercer tatuaje ya. Tengo dos: un triángulo negro en una muñeca y un rayo rojo en la cara interna del bíceps. Ese dolió que te cagas. Ahora me voy a tatuar una silla en el antebrazo. La he diseñado yo. Es una silla plegable, como las que le robaron a mis padres en el trastero ese día. Una silla de playa, rollo ochentero. Me flipan. Me cobran 250 pavos, pero el tatuador es el mejor que hay. Le tiró una manga entera a un colega con un dibujo del Big Ben de Londres que cada vez que le veo pierdo la cabeza. A él no le cobró tanto porque eran colegas, pero yo qué sé. Ahora tengo pasta y me apetece.

¡Stay tunned!, próximamente el 2º capítulo al Triste Diario de un Hipster. Seál, gracias por haber compartido con nosotros este íntimo diario. 

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4 Comentarios

  1. Yo digo que es maño. Y quien quiera que sea ese tatuador, es Dios. Increíble trabajo.

    She

  2. Mooola, es como la versión jister de «Me Cago En Mis Viejos» de El País.Seguro que se le puede pedir el playlist a ver que escucha…

    emi

  3. Yo también pensé inmediatamente en mañico

    Leas

  4. Es murcianoooaaahhh, a todas luces.

    otro

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